jueves, 4 de octubre de 2012

Parasomnia.



Su casi metro noventa parece ajustarse a ese sillón de cuero negro con una perfección invocada, hecha a medida, a la fidelidad del milímetro de su cuerpo.
Estudiado para tal fin.
Como un guante de seda a una mano. Exacto y preciso.
Perfilado con apostura y garbo en el que considera -es-, por condición y naturaleza, su trono, su lugar, una de sus piernas descansa en una flexión elegante sobre la otra con una naturalidad mesurada por un refinamiento que se predice -ya anunciado por el carácter- innato. De suma y porte sereno, dueño de una templanza incitante (inquietante para quien lo observa), acicalado con traje de tres piezas de corte impecable, la galantería -en el contorno que deja adivinar su semblante- parece cobrar vida más allá de una simple definición axiomática.
Extrapolada de su figura; agoniza.
Un árbitro de la elegancia. Un beau Brummell del siglo XXI.

Degusta con exquisitez una copa de Emilio Moro mientras contempla, a escasos metros del final de la sombra que la luz dibuja sobre las baldosas del suelo, la respiración pausada y regular de aquella chica -desconocida aún- que, dormida y de forma inconsciente, exhibe su figura sobre una cama de sábanas todavía intactas de Pasión y Deseo.

Al tiempo que abandona su paladar en brazos de la narcótica seducción que le proporciona el suave sabor del vino, sus ojos, entrecerrados, recorren -estudian más bien- sin prisa, la silueta expuesta de ella con la única ambición de aprenderse cada una de las líneas que moldean insinuantemente su cuerpo. Las tortuosas, -en sendas de escabrosidad intolerablemente concluyente-, curvas, no le conceden tregua.
Le envician. Le vencen.
No hay armisticio en la dilatación que exigen sus pupilas para alcanzar a ver el más allá que le prometen sus piernas.

Durante las décimas de segundo que recoge la bagatela de un instante, se maravilla ante la serenidad que esboza aquel rostro cuyas líneas expresivas desea asimilar como el más trascendental de los Códices, a fuego candente si es necesario para distraer al olvido.
En estado de parasomnia, salmodia de media noche al compás quebrado de un deseo inédito. Imprevisto.
Uno de los mechones dorados resbala rebelde sobre la delicadeza que se conjuga en el pecho, levantándose suavemente con cada exhalación que imprime ella a su respiración.
La mira una vez más, (si es que en algún momento ha dejado de hacerlo).
Nunca había visto algo así, de aquella manera o parecido, irradiando tanta paz, transmitiendo tanto orden en cada estertor, cediendo tanta placidez. Estaba tan indefensa ante él. Tan vulnerable a sus manos. A su Hacer. Tan huérfana de amparo sobre aquella enorme cama en la que se perdían las delicadas formas de su cuerpo.

Le parecía hermosa. La más hermosa de todas, y la ternura que le causaba se mezclada extrañamente con otra predilección menos generosa pero más animal (primitiva), -humana en cualquier caso-.
Las ansias por tocar su piel le quemaba las yemas de los dedos.
Aquella continencia extrema a la que se sometía por voluntad propia le dolía.
Se irguió en toda su estatura sin dejar de observarla, -contemplarla- como una bella obra de arte expuesta en las galerías de un Louvre abierto exclusivamente para Él, y se dirigió solemne hacia ella, sin tener clara una intención en el proceder que lo satisficiera. La imagen enmarcada entre sus pupilas poseía la calidad y distinción de un lienzo acabado al óleo.
Una obra pintada por él mismo, agudamente perfilada como una fotografía.

Alargó el brazo, con el movimiento pausado de un espectro, sus manos elegantes y distinguidas se aproximaron hasta alcanzar el borde de la sábana. Deslizó la suavidad de la tela remisamente, dejando la lasitud de aquel cuerpo al descubierto. Un súbito calor subió por su columna y le viajó por la espalda. Urgente. Sus manos ardían. El calor acomodado en la habitación se volvió opresivo.
Durante unos segundos la observó con la expectación sigilosa, -y reverencial delicadeza- de un elegante depredador a su presa. Con la mirada, emblema de Deseo, recorrió los pliegues secretos de su cuerpo. Escrutándolos. Intentando inútilmente exorcizarse de ellos.
Rodeó el perímetro de la cama. Acechante. Cazador.
Instinto, solo instinto.
Parecía aceptar con la mirada y negar, sin embargo, con la cabeza.
Finalmente se decidió a pasar los dedos sobre la candidez de su piel concentrando en ellos la esencia clausurada de todos sus sentidos. Los ojos, anhelantes de algo que quería, -con gusto a Deseo-, rememoraban momentos perdidos que estaba dispuesto a rescatar de la fantasía. Excitado por la tibieza de su piel, la desnuda sensación de abrigo se aunaba de nuevo con un deseo casi salvaje de poseerla.
De hacerla suya.
De arrebatarle el Alma.

Ella se movió ligeramente, desconocedora de la situación, y él apartó los dedos de su cuerpo como si hubiera recibido un calambre. Extraño. Impetuoso. La descarga de una docena de voltios arropó su comedido gesto. Cerró el puño con fuerza, clavándose las uñas en las palmas, los nudillos blanquearon mientras ella aún respiraba parsimoniosamente. Indemne a aquella sacudida que le hostigaba a él.

Bajó la mirada, precavido. Dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia la puerta. Cuando su mano aferró la frialdad metalizada del pomo, una voz susurrante rasgó detrás de él el silencio coagulado en la habitación.
        -No se vaya, Señor, por favor…
Poseía una dulzura infinita.
Se giró.
Ella sonreía, dispuesta a dejar que aquel hombre diera forma a sus sueños.
Él deshizo sus pasos.
En estado de parasomnia, salmodia de media noche al compás quebrado de un deseo inédito. Imprevisto.
Algo comenzaba.
Infinito.

4 comentarios:

  1. Tienes una prosa certera, sugerente y definitivamente descarnada. Espero nos leamos.

    Besos ;-)

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    1. Efectivo su comentario, Señor Ampuero. Gracias. Nos leemos, por supuesto.
      Un saludo.

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  2. Exquisito, mi querida ankara... No dejas de sorprenderme con cada uno de tus escritos. Felicidades cariño...

    Un beso muy grande, tanto, como tú!

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    1. Muuuuuchas gracias por pasarte por aquí, sabes que eres BIENVENIDA siempre. Sobra decirlo. Reconozco haber intentado varias veces comentar tus últimas entradas pero me es imposible. Así que te lo expreso por aquí. Bellaaaasss...

      ¡¡ Un besazo !!

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