Con
el pulso de sus palabras aligerando la sangre de Agnieszka, inmóvil como una
estatua de ónice en medio de la estancia, y sin poder permitirse el alivio de
las lágrimas, él -con acerada vista- la cogió por la cintura y la atrajo hasta
sí de un tirón, advertido por el contexto de la situación. Su proximidad
-impuesta por él-, osada y débil al unísono en ella, daba urgencia a las ganas
por poseerla de nuevo.
Por
gozarla otra vez.
Asilvestrada
pero elegante como era. Lo trastornaba.
Se
sentía omnipotente, -un Ser Superior-, cuando la tenía bajo la escrupulosidad
de su control. Cuando únicamente él valuaba cada uno de sus movimientos. Cuando
la despojaba de ese orgullo que sufría. De su pose ingenua.
Soberano
de su cuerpo. Esclavo de su alma.
Observó,
bajo un enfoque de perspectiva singular y contemplativa, como le cautivaba la
fina -pero marcada- curva de sus labios, rojos como el arrebol del vino
perlado, rojos como su llameante cabello, rojos como la pasión que desprendían los finos poros de su
piel.
Rojos
como su ira, en esos momentos.
Con
suavidad lamió la ternura de sus párpados, primero uno, después otro,
obligándola a cerrar los ojos, y a que el verde ambarino que poseía su iris
derramara las lágrimas enrabietadas que habían sido expresamente elaboradas por
los dos bofetones disciplinantes que la había proferido, y por aquella
posterior declaración de intenciones.
Ramera,
la había llamado. Lo era. La Suya.
El
agua y el salitre se mezclaron con el sonrojo de las mejillas. Como delicados
diamantes tallados en sal se deslizaron por su rostro mientras que él, con la
punta de la lengua, exploraba la concavidad de sus mejillas, los vericuetos de
las venas exaltadas en las sienes, la zona lagrimal de los ojos.
-Baja la mirada.- le pidió en tono apacible.
Ella
accedió.
Él
se aproximó buscando la boca de Agnieszka. Hizo viajar a su lengua por su suave
longitud, asegurándose de sensibilizar la zona, probándola, saboreándola,
reclinando sobre su forma sabores sazonados en un deseo a falta de mesura.
Lanzándola
al límite de la razón, si es que existía, -o había existido alguna vez-, en
aquellos aposentos.
Cordura
de locos o locura de cuerdos.
¿Qué
más daba?
Cuando
Agnieszka entreabrió ligeramente la boca para albergar la lengua sinvergüenza de
aquel hombre, él la escuchó gemir. El sonido maquinal que dejó escapar por sus
palpitantes labios se alternaba inconstante entre una debilidad y una
profundidad fronteriza a la satisfacción, casi inaudible bajo el duro tronar de
los latidos de su corazón.
Ella
refrenó el miedo, y comenzó a corresponder a aquel beso deslenguado. Difamatorio
en su esencia.
Partidario
infamante de un atrevimiento que sólo él era capaz de estimular en ella.
De
entre todos los Diablos que poblaban el mundo, había escogido al único que
podía hacer milagros.
Travieso,
tomó un tanto de distancia, apenas unos cuantos centímetros de su rostro, obligándola
así a buscar sus labios y el dulce sabor a aguamiel que destilaban. Se echó
ligeramente hacia atrás, de modo que Agnieszka tuvo que esforzase para llegar a
él, para alzarse hasta merecer el sabor incrustado en las comisuras de su boca.
Se puso de puntillas, apoyando todo el peso de su cuerpo tan sólo en la
fragilidad de los desnudos dedos de los pies.
Cuando
sus rodillas comenzaron a temblar por el esfuerzo, él, con el manto de la larga
melena enroscado en su mano, la forzó a echar la cabeza hacia atrás en el
intento de capturar la reserva de su mirada. Como en un libro abierto por
páginas en blanco, aquel hombre podía leer el deseo que se zafaba de sus ojos,
e inclinando su rostro, cubrió el inocente contorno de los labios de ella.
Macerando
su apetito.
Explorándole
cada recoveco de la boca con la lengua.
Arrancándole
secretos enmudecidos por el decoro cada vez que abarcaba su voluptuosidad.
Agnieszka
bebía cada uno de sus movimientos, y él abría en cada envite su boca para
acoger la de ella, mientras las procaces lenguas, con su húmeda danza de
acordes extasiados, detenían el tiempo en un instante de precisa y mágica unión.
Con
asombrosa afinidad.
Tenaces
en su misión.
A
través de su boca ella se ofrecía de nuevo a él con la esperanza de recuperar
su dignidad.
Sin
pensar que nunca la había perdido. No con él. A pesar de ser Su Puta.
Como
sucediera esa misma noche, entre la confusión que confeccionaban meticulosamente
las luces y sombras de la estancia, sus cuerpos se entrelazaron en una comunión
bendecida por el Deseo y la Pasión.
Por
la Dominación y la Entrega.
El
contacto que la prestaba aquel hombre era al mismo tiempo una intromisión y un
bálsamo.
Una
adicción y su inmediato paliativo.
Él
la había escogido a ella, de entre todas.
Agnieszka
quería aceptar su velada admiración, pero a la vez sustraerse a su insolencia.
Una insolencia que la adentraba cada
instante más lejos de lo que ella misma había osado pensar nunca. Ya no era una
niña, ni tampoco una doncella. Unas horas antes, dentro de aquella misma noche,
se había transformado en la Concubina del Diablo. Del mismísimo Belcebú.
Sabía
quién era él.
Paradójico
que los demonios del Diablo se apaciguaran únicamente recurriendo a los ángeles
de su cuerpo.
Con
la fuerza de los dientes en sus labios, la armonía acuosa de las bocas parecía
escribir versos de un Shakespeare con delirios erotomaníacos. Rimas parejas de
poetas ebrios de lujuria, mecanografiadas en un lenguaje de gran intensidad
poética; el baile inspirador de las lenguas. Rapsodas licenciosos sólo
preocupados por la búsqueda entre sus letras del amor carnal y la saciedad de
ese apetito venéreo que les quemaba las venas.
Libídine
en estado constante de exaltación.
-Ahora, vístete para mí.- le susurró
al oído.
Las
palabras, envueltas en aquella voz que le producía escalofríos, empapaba el
tuétano de sus huesos incitándola a iniciar un acto de oración que encendía
preciadas e inéditas sensaciones en su cuerpo.
Y
se vistió para él.
Continuara...
POCO A POCO VA CEDIENDO Y CAYENDO EN LOS PLACERES...
ResponderEliminarUN BESAZO ANKARA!!!
;)
Eliminar