sábado, 18 de mayo de 2013

La Concubina del Diablo (X)- Penúltimo Capítulo.





Con el pulso de sus palabras aligerando la sangre de Agnieszka, inmóvil como una estatua de ónice en medio de la estancia, y sin poder permitirse el alivio de las lágrimas, él -con acerada vista- la cogió por la cintura y la atrajo hasta sí de un tirón, advertido por el contexto de la situación. Su proximidad -impuesta por él-, osada y débil al unísono en ella, daba urgencia a las ganas por poseerla de nuevo.
Por gozarla otra vez.
Asilvestrada pero elegante como era. Lo trastornaba.
Se sentía omnipotente, -un Ser Superior-, cuando la tenía bajo la escrupulosidad de su control. Cuando únicamente él valuaba cada uno de sus movimientos. Cuando la despojaba de ese orgullo que sufría. De su pose ingenua.
Soberano de su cuerpo. Esclavo de su alma.
Observó, bajo un enfoque de perspectiva singular y contemplativa, como le cautivaba la fina -pero marcada- curva de sus labios, rojos como el arrebol del vino perlado, rojos como su llameante cabello, rojos como la  pasión que desprendían los finos poros de su piel.
Rojos como su ira, en esos momentos.

Con suavidad lamió la ternura de sus párpados, primero uno, después otro, obligándola a cerrar los ojos, y a que el verde ambarino que poseía su iris derramara las lágrimas enrabietadas que habían sido expresamente elaboradas por los dos bofetones disciplinantes que la había proferido, y por aquella posterior declaración de intenciones.
Ramera, la había llamado. Lo era. La Suya.
El agua y el salitre se mezclaron con el sonrojo de las mejillas. Como delicados diamantes tallados en sal se deslizaron por su rostro mientras que él, con la punta de la lengua, exploraba la concavidad de sus mejillas, los vericuetos de las venas exaltadas en las sienes, la zona lagrimal de los ojos.
            -Baja la mirada.- le pidió en tono apacible.
Ella accedió.

Él se aproximó buscando la boca de Agnieszka. Hizo viajar a su lengua por su suave longitud, asegurándose de sensibilizar la zona, probándola, saboreándola, reclinando sobre su forma sabores sazonados en un deseo a falta de mesura.
Lanzándola al límite de la razón, si es que existía, -o había existido alguna vez-, en aquellos aposentos.
Cordura de locos o locura de cuerdos.
¿Qué más daba?

Cuando Agnieszka entreabrió ligeramente la boca para albergar la lengua sinvergüenza de aquel hombre, él la escuchó gemir. El sonido maquinal que dejó escapar por sus palpitantes labios se alternaba inconstante entre una debilidad y una profundidad fronteriza a la satisfacción, casi inaudible bajo el duro tronar de los latidos de su corazón.
Ella refrenó el miedo, y comenzó a corresponder a aquel beso deslenguado. Difamatorio en su esencia.
Partidario infamante de un atrevimiento que sólo él era capaz de estimular en ella.
De entre todos los Diablos que poblaban el mundo, había escogido al único que podía hacer milagros.
Travieso, tomó un tanto de distancia, apenas unos cuantos centímetros de su rostro, obligándola así a buscar sus labios y el dulce sabor a aguamiel que destilaban. Se echó ligeramente hacia atrás, de modo que Agnieszka tuvo que esforzase para llegar a él, para alzarse hasta merecer el sabor incrustado en las comisuras de su boca. Se puso de puntillas, apoyando todo el peso de su cuerpo tan sólo en la fragilidad de los desnudos dedos de los pies.
Cuando sus rodillas comenzaron a temblar por el esfuerzo, él, con el manto de la larga melena enroscado en su mano, la forzó a echar la cabeza hacia atrás en el intento de capturar la reserva de su mirada. Como en un libro abierto por páginas en blanco, aquel hombre podía leer el deseo que se zafaba de sus ojos, e inclinando su rostro, cubrió el inocente contorno de los labios de ella.
Macerando su apetito.
Explorándole cada recoveco de la boca con la lengua.
Arrancándole secretos enmudecidos por el decoro cada vez que abarcaba su voluptuosidad.

Agnieszka bebía cada uno de sus movimientos, y él abría en cada envite su boca para acoger la de ella, mientras las procaces lenguas, con su húmeda danza de acordes extasiados, detenían el tiempo en un instante de precisa y mágica unión.
Con asombrosa afinidad.
Tenaces en su misión.

A través de su boca ella se ofrecía de nuevo a él con la esperanza de recuperar su dignidad.
Sin pensar que nunca la había perdido. No con él. A pesar de ser Su Puta.

Como sucediera esa misma noche, entre la confusión que confeccionaban meticulosamente las luces y sombras de la estancia, sus cuerpos se entrelazaron en una comunión bendecida por el Deseo y la Pasión.
Por la Dominación y la Entrega.
El contacto que la prestaba aquel hombre era al mismo tiempo una intromisión y un bálsamo.
Una adicción y su inmediato paliativo.
Él la había escogido a ella, de entre todas. 
Agnieszka quería aceptar su velada admiración, pero a la vez sustraerse a su insolencia. Una insolencia que  la adentraba cada instante más lejos de lo que ella misma había osado pensar nunca. Ya no era una niña, ni tampoco una doncella. Unas horas antes, dentro de aquella misma noche, se había transformado en la Concubina del Diablo. Del mismísimo Belcebú.
Sabía quién era él.
Paradójico que los demonios del Diablo se apaciguaran únicamente recurriendo a los ángeles de su cuerpo.

Con la fuerza de los dientes en sus labios, la armonía acuosa de las bocas parecía escribir versos de un Shakespeare con delirios erotomaníacos. Rimas parejas de poetas ebrios de lujuria, mecanografiadas en un lenguaje de gran intensidad poética; el baile inspirador de las lenguas. Rapsodas licenciosos sólo preocupados por la búsqueda entre sus letras del amor carnal y la saciedad de ese apetito venéreo que les quemaba las venas.
Libídine en estado constante de exaltación.
           
            -Ahora, vístete para mí.- le susurró al oído.

Las palabras, envueltas en aquella voz que le producía escalofríos, empapaba el tuétano de sus huesos incitándola a iniciar un acto de oración que encendía preciadas e inéditas sensaciones en su cuerpo.

Y se vistió para él.

Continuara...



2 comentarios: