miércoles, 22 de mayo de 2013

La Concubina del Diablo (XI)- Último capítulo.




Coloreó sus labios con concentrado de cereza, y realzó el tono de sus blancas mejillas con extracto puro de melocotón. Después de rociar su cuerpo con un perfume de esencias frescas de jazmín, canela y jengibre con el que él la había obsequiado, perfiló el verde de sus ojos con antracita, para que su mirada ganara intensidad en contraste con el matiz rubí de su larga melena.

Mientras la beldad esmeralda y perfecta de la confección del vestido se ajustaba de forma soberbia sobre la sensualidad de sus incipientes curvas, ciñendo su efigie con prodigalidad finita, Agnieszka se beneficiaba de la compañía de las imágenes que poblaban su cabeza.
Esas imágenes alfabetizadas, en orden estricto, aleccionadas disciplinadamente para aguijonear su Deseo del modo tan terminante como lo hacían.
Convincentes. Concluyentes. Dogmáticas.

Aún manifestando para sí (con afán de convencimiento) esa decisión, -ya por filia a la queja más que por voluntad-, de no ceder a sus órdenes, Agnieszka se permitió cierto grado de vanidad exhibiendo con generosidad un escote que realzaba su feminidad hasta estados de enajenación transitoria en quien lo mirara, al tiempo que su sexo recapitulaba los asaltos salvajes que aquel hombre le había tributado a su entrepierna.

Aquel maestro de la perversidad y la lujuria, la recordaba -en tono afectado- pasajes infaustos de castigos y expiaciones a penar por haber tenido la osadía de cometer pecados con sabor a dulce melaza sin su consentimiento.
           
            -Mereces ser castigada por tu insolencia.- indicó, mientras esa hechizante mirada de ojos azabache la recorría por entero el cuerpo, deteniéndose deliberadamente en la voluptuosidad que se velaba agazapada entre las insinuantes formas del cuello, de los senos, de las caderas.
            -¿Crees en Dios, Agnieszka?- la preguntó.
            -Sí, Señor.- afirmó ella.
            -Desde hoy, creerás también en el Diablo.

Su Maestro obviaba impreciso que la iba a castigar únicamente por tener la virtud de volverlo loco. De convertir en delirio la sofisticada intensidad de sus emociones.
Por excitarlo de aquella manera tan animal, tan salvaje, tan alejada de la razón como lo hacía ella. Sólo ella.
Ese era su poder.

Agnieszka recordaba con tacto libidinoso sobre su piel como él había hundido febril las manos en la bondad de su carne, explorando sensaciones desconocidas con las yemas de los dedos. Indagando estremecimientos. Descubriendo sacudidas y conmociones que la postraran a sus pies desde ese momento -y de forma vitalicia- como la esclava sexual que era.
Él sabía que ella era como arcilla entre la suficiencia de sus manos.
Receptiva a su manejo. Fuera cual fuera.

Con un par de cintas de exquisita seda la ató las muñecas a la cama, aferrando su reticencia y susurrándole al tiempo con voz soluble promesas de placeres que alcanzaría a través de él. Sus palabras se convertían en una tenacidad que servía invariablemente como acicate de su obstinado deseo.
También en el infierno pasaban cosas buenas.

La primera embestida fue apremiante, invasiva, imponente, violenta, extremadamente íntima.
Una vez hubo cedido esa barrera; desvirgada, la poseería con toda la rabia que ella le provocaba. La castigaría por lo que le hacía sentir sólo con su presencia.
Agnieszka se arqueó bajo la virilidad de su cuerpo. En la temblorosa garganta sonó el suspiro de la carne desgarrada. El dolor huraño del envite la impidió controlar la urgencia de lanzar un grito.
Gritó.
A cada apuesta por entrar en ella, el cuerpo de aquel Diablo se tensionaba como la sirga de un arco. Vibraba. Agnieszka cerró los ojos en un deseo de aliviar el dolor inescrutable que le provocaban los arrebatos de lujuria de aquel Ser.
Era tan recio en sus entradas, tan tenaz en la presión de la carne contra la carne.
Entre los intimidatorios ecos que musitaba la perversión de las laringes, el rítmico frenesí alcanzado por su dantesco amante se interrumpió. De repente.
El silencio cubrió la estancia.

Ingresada en el dolor, el aturdimiento y la confusión, Agnieszka abrió los ojos, con pesadez, -miedo, acaso-. El desconcierto de sus pupilas se encontró directamente con la atención que le dispensaba él. A pocos centímetros, la miraba absorto, respetuoso, considerado, y entonces sintió la ternura de aquel hombre en la delicada presión que ejercía sobre su cuerpo, en el vibrar de sus oscuros ojos, en la gentileza de sus manos.
Parecía levitar sobre ella cual piadoso ángel.
¿Qué iba a pasar ahora? ¿Por qué la miraba así? ¿Qué es lo que iba a hacer con ella?
La mirada de él se estrechó cuando observó el temor en el rostro de Agnieszka. El pálpito de la circulación sanguínea era perceptible en las venas de su cuello. La boca trémula de dudas. Podía sentir las dentelladas del miedo en su estómago. El corazón encogido.
Una irrefrenable ternura lo asaltó, casi de improviso.
Era tan dulce, con esa cándida mirada -de incertidumbre en esos momentos-, y tan desafiante al mismo tiempo cuando la retaba a un duelo de voluntades y entregas. Cuando la incitaba a rebelarse contra él. El brillo de desafío de su mirada avivaba su pasión, su condición, su especial naturaleza.
Adoraba esa explícita dualidad.
Ese sagrado binomio que estimulaba su supremacía.

Se movió un poco, aún dentro de ella. Profundizando. Agnieszka esbozó una mueca de disgusto a esa nueva intromisión. Él se quedó así, quieto, en su interior, para que se acostumbrara a él.
Luchó por contener la furia de sus embestidas, por controlar el curso de sus manos recorriendo la fragilidad de su rostro, de su cuello, de sus senos. Dominó sus mordiscos, sus arañazos, sus caricias… su pasión.
No quería hacerla daño. 
La besó, con una devota religiosidad emanada de la ternura que lo embriagaba.
Y de nuevo surgió el milagro. Ella volvió a humedecerse, sintiendo como una agradable calidez se instalaba entre sus piernas. Él lo percibió, y comenzó a moverse sobre ella, lentamente, con cautela, imitando las ondulaciones seguras de un felino.
De la garganta de Agnieszka, -sacudida por estériles sollozos-, surgió un sonido que sonó peligrosamente cercano a la Entrega. Preludio de lo que quería ofrecerle. Epílogo de lo que él deseaba obtener.
Él sofocó su grito con la tibieza de un beso, seguido de otro.
Sentía su cuerpo fundirse con la piel de él en una mezcolanza de capas cutáneas sensibilizadas y doloridas, el calor de su aliento abrasarle los pulmones, la carne plegarse como dócil masa entre sus manos.

Sustraída en su gozo, -inmersa en aquella mágica armonía-, el Deseo amenazaba con estrangularla. Todo se difuminó a su alrededor, salvo el anhelo apremiante de darle placer a él.
Sería siempre suya. Sólo tenía que pedírselo.

Progresivamente fue aumentando el ritmo, amoldándose a ella, ensamblándose a su dolor. El frenético tintineo de cuerpos combaba las figuras de ambos bajo las débiles sombras que les entregaba la noche para encubrir sus perversiones. Los gemidos se intensificaron. Con cada envite se deshacían los nudos de las contradictorias emociones de Agnieszka.   
Todo parecía estar suspendido en el tiempo. Él. Ella. La noche.
El placer inundó sus gargantas hasta anegarlas a cantos desenfrenados.
Agnieszka se tensó en torno a él, con las incipientes convulsiones que comenzaban a desencadenarse en su cuerpo.
Lo miró. Solícita. Buscando su beneplácito.
Ésta vez.
Él le otorgó su permiso acrecentando sus ingresos en ella mientras la acariciaba el Alma con la mirada. Ella lo acogía servicial y extenuada, hasta que finalmente se dejó ir. Llevar. Hasta que finalmente él la elevó hasta el Séptimo Cielo. A su Gloria.

Abatida por la furia con la que se había declarado el placer en su cuerpo, él le desató las manos y la incorporó sobre la desvencijada cama.
Su órgano seguía en plena ebullición aún, reaccionando a ella.
Buscó su boca y se lo metió. Agnieszka lo retuvo entre sus labios, bajo su paladar, saboreando su frenético pálpito con la lengua. Él la cogió por la nuca y se introdujo más hondo en su boca, dando comienzo a una danza de precisión compuesta por calculados movimientos.
Inexplicable delirio de adictiva lascivia al que era imposible sustraerse por más tiempo.
Pasado un rato de cimbrado oscilante, la agarró por el pelo y la apartó de un tirón, para desparramarse libremente sobre sus virginales senos…



… La campanilla del pequeño reloj de pared sonó. Era la hora.
Estaba lista. Se miró en el espejo; crecida. (Él la hacía crecerse).
Aquel vestido era sin duda el reclamo de una ramera. Perfecto, -incluso a esas intempestivas horas de la mañana-, para solicitar las atenciones que su cuerpo comenzaba a requerir de él.

Descendió la veintena de escalones que mediaban entre su sagrado claustro y el salón, portando orgullosa el regalo y las marcas que le había dispensado el Señor. Su Señor. Él la esperaba sentado a la mesa.
Sombrío. Expectante. Curioso.
Cuando hizo entrada en la estancia, se levantó y caballeroso, la ayudó a sentarse.
            -Estás preciosa, pequeña.- le susurró cómplice al oído.
            -Gracias, Mi Señor.
Acomodados en sus respectivos asientos, ambos se miraron fijamente a los ojos. Se buscaron.
            -Sé quién es.- dijo rotunda, Agnieszka, manteniéndole la mirada.
            -¿A sí?- sonrió él.- ¿Y quién soy?
            -Belcebú, Leviatán, Satanás…, el Diablo.- respondió mientras un escalofrío recorría su espalda.
            -¿Crees que soy el Demonio?
            -La enigmática opacidad de sus ojos.- comenzó a enumerar Agnieszka.- sus rasgos perfectos y afilados, su embriagador aliento, la palidez casi transparente de su piel, el frío que desprende su carne. Ese exceso de lujuria, esa incontinencia de deseo… ¿Quién más puede ser tan perverso sino es el Diablo?
Él se acercó unos centímetros a su rostro. Intimidatorio. Reservado.
            -¿Qué te parece… su más inmediato enemigo?
El aliento gélido que desprendieron aquellas palabras se precipitó por el candente tono grana de las mejillas de Agnieszka. Se apartó un poco para poder mirarlo de nuevo. Sus ojos azabaches brillaban por primera vez. La estupefacción tomó el lugar de la sorpresa.
            -Dios.- musitó.
Él sonrió.
            -Entonces, eres…

Lejos, muy lejos de ser la Concubina del Diablo, como ella creía ser, Agnieszka se había convertido en la Concubina de Dios.

Porque la línea entre el bien y el mal es tan fina y dulce -a veces-, porque la tentación es tan hermosa -en ocasiones-, que hasta un día hizo sucumbir la carne y el lado más perverso de Dios.


FIN

9 comentarios:

  1. PERO QUE SORPRENDENTE FINAL,,,, EL TITULO DE ESTA HISTORIA ME TENÍ CONFUNDIDO ;)
    ES UNA HISTORIA MUY ENTRETENIDA Y EXCITANTE,,, ME HA ENCANTADO DE PRINCIPIO A FIN.
    MIS FELICITACIONES.

    UN BESAZO ANKARA!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya le dije, Señor LORD SHADOW que nada es lo que parecía en esta historia, jejeje. No hay que dar absolutamente nada por hecho. No en mis relatos. :P.
      Un saludo y gracias por la lectura hasta el final.

      Eliminar
  2. Maravillosa historia. ... me ha encantado
    La felicito
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, señorita Rosa de Terciopelo. Es un placer contar con lectores como Usted, sin duda. Igualmente le agradezco sus palabras, como no podía ser de otro modo y que le haya sacado sustancia a las mías.

      ¡Un saludo! :):)

      Eliminar
  3. Quisiera sentirme como Agnieszka, durante 24 horas, una semana. Que me amaran, que me usaran, ser tan bella como ella y que Dios o el Diablo, tanto da, tuvieran compasión de mi.
    Pero no soy ella y esto es un bellísimo cuento que me ha hecho pasar muy gratos momentos.
    Gracias por tu cuento, ankara.
    Gracias por dejarme soñar un rato.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Señorita damadrid, son malos tiempos para los soñadores, sea cual sea el argumento con el que apuntalar el sueño. Pero hay que hacer un esfuerzo, dejarse llevar. La imaginación carece de límites. Allí todo, absolutamente todo es posible. Imagine, sueñe, visualice, esboce, acaricie con las yemas de los dedos sus fantasías. Aunque éstas sean en blanco y negro como los sueños. Ellos hacen más dulces nuestras realidades. ¡Viva a través de ellos! Yo lo hago y Agnieszka también. “Dios” no existe Y el “Diablo” tampoco. ¿Entonces?...

      Gracias… a Usted. Siempre. ;)

      Eliminar
  4. Poco a poco, según el tirano del tiempo me iba dejando he ido terminando de leer el relato. Espero que los radicales no la ataquen, pues es un final que lo considerarían herejía. Pero se nos concedió el poder de la palabra y la imaginación. Aún cuando esos mal administrados pueden hacer se caiga en el abismo. Tener este talento que vos posee es digno de loa. Eso hago con mis aplausos y vítores virtuales en este momento. Enhorabuena y no deje de continuar cultivando la gran pradera de la fantasía ¿O tal vez realidad? Pues la digo que el Diablo siempre negará ser el que es. Un saludo del Náufrago.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Señor Náufrago, agradecerle lo primero el tiempo prestado a mis letras. El tiempo es oro y yo agradezco que haya gastado parte de su oro conmigo. En cuanto al relato... Soy consciente que los infiernos se abrirán para mí, y que el Diablo me recibirá con los brazos abiertos en cualquiera de los que vaya. :P La imaginación es libre y el pensamiento también, yo uso y abuso de esa libertad, es lo único que me queda, que nos queda...

      Espero verlo más a menudo por aquí, pues es todo un placer leerle. Gracias, nuevamente.

      Un saludo.

      Eliminar
  5. Sin duda un relato delicioso, que engancha de principio a fin. Exquisito. No cese en sus relatos ya que es evidente que posee un don. :)

    ResponderEliminar