Vidas absurdas.
Hoy me he rasgado
las vestiduras imitando a los viejos poetas, a los bardos y a los juglares de
tiempos Medievos, y me he envuelto en ese traje gris cosido por la hiel. Ya
nada es igual en mí a como era antes. Ya nada es igual en ti a como yo lo veía.
El único problema de nuestra hipótesis, fue la falta de argumentos empíricos de
quien escribe el retorcido guión de esto a lo que algunos llaman vida.
Sanguinaria con la promesa
de esperarte eternamente, he estrangulado las horas bajo una Relatividad que
aborrezco desde el día que te conocí. Einstein no pensó en los que nos
quedábamos, ni en las fuerzas gravitatorias que incomprensiblemente me
impulsaban hacia ti, justo hasta la arista de esa weltlinie donde muere la luz y los sueños se funden con el sol.
Siempre soy feroz
con el tenebrismo que emana de la palabra absurda, y me vuelvo despiadada con la
lengua que la pronuncia. Perfilando con su desatinado sonido un lienzo de
violentas sinfonías en blanco y negro. Un trazo de luces y sombras sublime, que
se plasma a través de unos dedos temblorosos, y una forzada iluminación que aún
no consigue traspasar el tragaluz del sótano en el que estoy recluida. Nunca
entendí la cualidad de ese Barroco triunfante. De ese realismo artístico que me
obligaba con su talante a dibujar -repasar- el perfil de tu sexo con la métrica
de mi boca.
Recuerdo días de
otra latitud, de un pretérito, a pesar de todo, imperfecto, en el que tus labios eran el vector
temporal que impulsaba mi adrenalina y que me hacía seguir el sonido de tus
pasos hasta la intemperie del horizonte, hasta la línea del Universo donde
quedaba expuesta, indefensa ante los sentimientos. Ahora ni eso ni nada tiene
demasiada importancia, cuando cuento con un tiempo propio.
Bajo las últimas
lunas he vuelto a sentir el acero de la espada
de Damocles clavándose en mi costado y he ocultado su amarga sensación
enmascarándola con melodías de piel, mientras me hundo en una noche negra de ángeles
perversos, que me ayudan a componer este réquiem de desconsuelos con palabras
que saben a bilis. Así soy yo, voraz e insaciable con el dolor. Masoquista.
Y he activado de
inmediato el protocolo, para que esto no dure más de un amanecer. Para que no
llegue a mañana. Apostando a ciegas como lo hice por tus manos, después de
perder, quizá te invite a morir conmigo, entre los últimos espasmos de placer.