viernes, 28 de junio de 2013

Tenebrismo.


Vidas absurdas.


Hoy me he rasgado las vestiduras imitando a los viejos poetas, a los bardos y a los juglares de tiempos Medievos, y me he envuelto en ese traje gris cosido por la hiel. Ya nada es igual en mí a como era antes. Ya nada es igual en ti a como yo lo veía. El único problema de nuestra hipótesis, fue la falta de argumentos empíricos de quien escribe el retorcido guión de esto a lo que algunos llaman vida.

Sanguinaria con la promesa de esperarte eternamente, he estrangulado las horas bajo una Relatividad que aborrezco desde el día que te conocí. Einstein no pensó en los que nos quedábamos, ni en las fuerzas gravitatorias que incomprensiblemente me impulsaban hacia ti, justo hasta la arista de esa weltlinie donde muere la luz y los sueños se funden con el sol.

Siempre soy feroz con el tenebrismo que emana de la palabra absurda, y me vuelvo despiadada con la lengua que la pronuncia. Perfilando con su desatinado sonido un lienzo de violentas sinfonías en blanco y negro. Un trazo de luces y sombras sublime, que se plasma a través de unos dedos temblorosos, y una forzada iluminación que aún no consigue traspasar el tragaluz del sótano en el que estoy recluida. Nunca entendí la cualidad de ese Barroco triunfante. De ese realismo artístico que me obligaba con su talante a dibujar -repasar- el perfil de tu sexo con la métrica de mi boca.  

Recuerdo días de otra latitud, de un pretérito, a pesar de todo,  imperfecto, en el que tus labios eran el vector temporal que impulsaba mi adrenalina y que me hacía seguir el sonido de tus pasos hasta la intemperie del horizonte, hasta la línea del Universo donde quedaba expuesta, indefensa ante los sentimientos. Ahora ni eso ni nada tiene demasiada importancia, cuando cuento con un tiempo propio.

Bajo las últimas lunas he vuelto a sentir el acero de la espada de Damocles clavándose en mi costado y he ocultado su amarga sensación enmascarándola con melodías de piel, mientras me hundo en una noche negra de ángeles perversos, que me ayudan a componer este réquiem de desconsuelos con palabras que saben a bilis. Así soy yo, voraz e insaciable con el dolor. Masoquista.

Y he activado de inmediato el protocolo, para que esto no dure más de un amanecer. Para que no llegue a mañana. Apostando a ciegas como lo hice por tus manos, después de perder, quizá te invite a morir conmigo, entre los últimos espasmos de placer.




martes, 4 de junio de 2013

Entelequias.


Vidas inventadas.


Cada anochecer sucumbo a la muerte. Agonizo abatida y taciturna ante la inevitable visita de los fantasmas de papel. Y la presiento cerca porque en la hora del ángelus los cuervos vienen para comer de mi cuerpo inerte y los buitres se congregan para arrastrar el despojo de mi carne ya roída, preparados para disputársela como si les perteneciera, antes siquiera de esperar a que se pudra. Desde hace algunos inviernos, demasiados, habito entre los mezquinos recuerdos que no es capaz de llevarse consigo el olvido, a pesar de sus credenciales y garantías de satisfacción, y lo hago en tierras de soledad y escarcha. En tierras de nadie. En medio de una nada inhóspita que me engulle entre sus fauces de miseria sin mostrar piedad.

Mis entrañas hoy han hablado de poesías desgastadas y noches sin luna. Han hablado de ti. He visto desmenuzarse entre ellas versos sifilíticos bajo las sombras anónimas de mi cuerpo mortecino, envuelto en la acción corrosiva de tus manos. Aquellas a las que me hice adicta. Aquellas que me tatuaban caricias sobre la piel hasta hacerme sangrar. Muerta, no me importarán demasiado. Mi corazón es torpe, pero nunca se equivoca ni se prostituye.

Hay algo extraño en tu forma de mirarme. Tan díscola y disociativa de la mía. Tan excepcional y tenebroso como la imagen onírica que presentan los mausoleos destrozados de un cementerio abandonado de Viena, en mitad de una Europa desolada y añeja. Cansada de Habsburgos y de Shakespeares. Marginada del mundo real. Bien pensado, quizá sólo crea morir, y en verdad sea una cínica certeza que renazca entre noches de silencio y ceniza cada vez que prescindes de mis labios. Cuando el cielo se parte en el interior de tus pupilas y el infierno asoma por la dilatación de las mías, buscando desesperadamente un orgasmo en la exhibición fonética de las palabras, y tú, eyacular en el Apocalipsis.

Hacía épocas que no desenterraba el emblema de tu imagen monolítica, la bandera izada de tu inanimado género, supongo que por una de esas negligencias de la memoria. Esta madrugada de tormenta entre las uñas, he arañado el sueño para salvarme, y entre sus jirones he vuelto a respirar la sangre negra que mana franca de mis heridas, inundándolo todo, anegándome. Su olor a metal me corrompe hasta la náusea, y despedaza sin misericordia la imperturbabilidad que me impuse hace tiempo en tu honor. Me desquicia esa falta de afinidad con la melancolía, que me involucra involuntariamente a seguir evocándote con la rabia contenida en los dientes.  

Caigo porfiadamente en sustantivos exasperantes, adjetivos ilógicos y adverbios en tonos amplificados de absurdez, que se adhieren a la lengua como un veneno; intransigente y letal. Y todo esto lo recito con los labios cosidos en la ausencia y los ojos deshilachados por la tristeza, mientras me extingo sobre la cama desecha, sin el auxilio cardiorespiratorio de tu aliento. Sin pretenderlo, el dolor se ha vuelto una sustancia líquida a merced de tu silencio, y salpica con gotas de decadencia el agujero que guardará mis huesos, el que será mi tumba. Mi dulce hogar durante la eternidad infinita que he de pasar sin tus caricias, incrustado a golpes en los restos de un Edén artificial que reinventaste para mí. Despojos de un paraíso opalescente y cruel donde me dejaste sin más.

Y en el hastío indeterminado de la noche, he buscado viejas historias que recordar, recomponiendo sus millones de pedazos bajo una locura inspiradora y un sentimiento retroactivo, para que la agonía me haga desear aún más esta muerte, apenas intuida como un rumor maldiciente, pero que anhelo. Ésta misma que cada anochecer me hace resurgir para buscarte a lo lejos de un horizonte lunar que no alcanzaré nunca a tocar. Abriendo cicatrices a través de un soliloquio estúpido con trazas peligrosas de delirio, que se resiste a abandonarme si no estás. Prisionero de un cielo que ya no existe, mientras empiezan a quemar en el paladar las palabras que nunca dije.  

Y sólo quedan las horas de pasión sobre la piel, el abatimiento en el alma. Inevitable su devenir como la muerte; honesta y ecuánime con el ser humano, y conmigo, porque no existe indulgencia alguna a pesar de que la aprecio. En el desatinado de estas horas colgantes y anémicas, donde el silencio me da la espalda, me repliego en mis entrañas de nuevo, acorazando los sentimientos expuestos al desastre.  Dios es macabro a veces.


Regalo mis letras a quien las quiera.