lunes, 8 de abril de 2013

La Concubina del Diablo (IV).




En el silencio ronco de la noche los pasos se oían desde la distancia con un repiqueteo amenazador.
El aire traía el eco que la suela de sus botas hacía al golpear contra el suelo. Eran zancadas enérgicas,  impetuosas. Exigiendo el trozo de suelo que pisaban. El sonido se hizo cada vez más cercano. Aproximaban un mal inevitable, incurable. Entonces supo que era él, y que se dirigía a aquella habitación.
Un escalofrío se apoderó de su angustia.
La espera había terminado.

De pie, en mitad de la estancia, miraba expectante hacia la puerta. Preparándose para él. Pero muy lejos de ser la abnegada Penélope que Ulises esperaría, lo único que había tejido Agnieszka en esos aciagos días de ausencia era un largo manto de miedo y recelo que no había podido deshacer y que le resbalaba por el cuerpo.

Los pasos cesaron. La puerta se abrió con las acertadas vueltas de la llave en la cerradura, y de las sombras del otro lado emergió la aviesa silueta de él.
Regio. Imponente. Turbador.
La peculiaridad de sus rasgos parecía haberse acentuado durante esos días en que Agnieszka no lo había visto. Vestido elegantemente de negro, la oscuridad mate de sus ojos había adquirido un destello endiablado que subrayaba su profundidad en contraste con la palidez de la piel. Recordaba su oscuridad pero no el vértigo que la provocaban. La perturbaban sin perdón al qué encomendarse. Hipnotizaban como los de una serpiente. Singular belleza que comenzaba a arrebatarle el sentido.

Cerró la puerta tras de sí.
Agnieszka tembló al comprobar que aquella acción significaba quedarse a solas con él.
La extraña mirada de aquel hombre inspeccionaba en dirección descendente y con detalle -de arriba abajo- la frágil figura de ella. Atendiendo a cada curva, a cada línea que daba forma a su estrecho cuerpo. Cada concavidad, cada convexidad era sutilmente inspeccionada bajo el ojo más censor; el suyo. Sus pupilas no pasaron por alto lo harapiento de su vestimenta. Un vestido roído que ni tan siquiera ocultaba los tobillos, dejaba ver sus pies descalzos. Hermosos. Tenía una larga melena desaliñada de principio a fin (una desvergüenza para la rectitud monacal de la época), que enmarcaba unos rasgos de gata salvaje que no pasaban inadvertidos.
A pesar de su descuidada imagen de fierecilla por domar se veía extraordinaria. Exquisita.
La hubiera hecho suya allí mismo. Sin contemplaciones en las que reparar o atender. La hubiera sumido en la oscuridad perversa de su mundo. La hubiera arrancado lo poco que le quedaba de su vestido aún sin roer, y la hubiera hecho repetir su nombre suplicándole placeres mundanos mientras tomaba su cuerpo contra la pared.
La hubiera escandalizado. Pervertido, simplemente.
Sin embargo, tenía que esperar a concederse tal capricho.
Le gustaba jugar. Disfrutaba con el camino tanto o más que lo hacía con la llegada a la meta.
Una apetitosa comida no se debe empezar nunca por el postre.
           
            -¿No vas a saludarme?- la preguntó con sospechosa calma.
Agnieszka ignoraba si aquella interrogación había sonado a saludo o a amenaza, y mantuvo silencio durante unos instantes que se prolongaron más de lo que deberían.
            -No debes dejar ninguna pregunta de las que te haga sin respuesta, Agnieszka. No es aconsejable hacerlo.
Su tono de voz tañía tranquilo y ritualista.
            -Pero tendré paciencia contigo.- señaló.-Necesitas darte un baño.- dijo cambiando de tema.
Avanzó metódico hacia ella, que retrocedió un par de pasos cuando le vio aproximarse.
            -¿Quieres darte un baño?
Ella nada más le miraba.
            -¿Qué te acabo de decir sobre dejar mis preguntas sin responder?- la repitió.
            -Sí, quiero darme un baño.- contestó finalmente irritada.
            -Esas no son maneras. Tal vez si me lo pides con buenos modales en lugar de exigirlo podría pensármelo.- dijo con una incipiente burla en la boca.

Agnieszka permaneció inmóvil, paralizada. Precisamente Él hablaba de buenos de modales.
Apretó los labios.
            -¿Podría darme un baño… por favor?
            -Te falta algo muy importante en esa petición si quieres que sea considerada.
Lo miró confusa, pero sabía que era lo que solicitaba.
Respiró profundamente.
            -¿Podría darme un baño… por favor, Señor?
            -Eso está mejor. Mucho mejor. No me equivocaba. Sabía que podías ser razonable con la persuasión adecuada.
Ella tragó en seco y esperó unos instantes.
            -¿Y bien?- preguntó.
            -Tendrás tu baño… Te concederé tu deseo, y tu apremiante necesidad.- dijo, observando de nuevo los andrajos que envolvían su cuerpo.
Ella se miró la ropa, abochornada.

Aquel hombre se marchó, cerrando nuevamente la puerta con llave.
Habría de pasar más de una hora hasta que regresara con una enorme tinaja redonda. El agua estaba preparada, y como agregado, traía consigo un vestido en tonos esmeralda.  Lo apoyó sobre la cama permitiendo apreciar su elegante elaboración. Agnieszka no pudo evitar mirarlo, y después la fue imposible dejar de admirarlo.
Era absolutamente precioso.
Tenía una larga falda de vuelo con un enorme cancán que ensalzaba aún más su refinada confección en raso. El corsé era extremadamente ceñido, se mantenía en perfecta rigidez gracias -y debido- a los duros huesos de ballena y alambres de acero que lo configuraban con excelente puntada. Se sospechaba un estilo burlesque en él, ornamentado -igual que la falda- con estilosas flores de color negro que recorrían la tela en sutiles vetas.
Ella sólo había visto este tipo de vestidos entre las mujeres de bien de las clases altas de la sociedad. En la flor y nata de las casas. En lo escogido  de las raleas, no en las hampas de los clanes.
Típico del sur esclavista de los Estados Unidos.
Entre la maldición de los pobres se encontraba la de no alcanzar nunca a comprar uno de ellos. Cuestión de clase, que no de falta de ella.
Le agradeció el detalle en silencio.
            -Después del baño te lo pondrás para mí.- aseveró él cuando observó que ella no dejaba de mirarlo.

Agnieszka esperó paciente a que aquel hombre saliera de la habitación, sin embargo, no tenía intenciones de marcharse. Con una imperturbabilidad de galardón se sentó cómodamente en uno de los sillones victorianos que poseía la estancia, frente a la tina de agua, y se recostó contra el respaldo.
Una pierna sobre la otra.  Aplomo. Indolencia. Impavidez.
Insolente.

            -¿No va a salir?- preguntó Agnieszka.
            -No.- respondió él con descaro.
            -Salga de aquí mientras me baño, por favor. Sólo tardaré unos minutos.
Él meneó lentamente la cabeza, blandiendo una sonrisa entre descocada y enloquecedora.
            -No me bañaré entonces.
            -Sí lo harás, y yo veré como lo haces.- dijo él con satisfacción perversa.
            -No voy a bañarme en su presencia.
            -Eres demasiado obstinada, Agnieszka. Tu tozudez te va a traer problemas. Aunque no es una cualidad que me preocupe en exceso. Ya me encargaré en otro momento de bajarte a mi manera esos humos que gastas.
Ella frunció el ceño.
            -Ahora… por favor.- enfatizó su petición levantando las manos.- Báñate en la tinaja, o te bañaré yo a la fuerza.
Ella lo miró vacilante.
            -Le encanta humillarme, ¿verdad?
            -Sí, debo admitir que sí. ¡Vamos!



Continuará...

2 comentarios:

  1. NO ME DIGAS QUE ACABARAN LOS DOS BAÑADOS??? JEJEJEJE...
    ME PARECE UNA HISTORIA MUY ENTRETENIDA, CADA DÍA ME GUSTA MAS.
    UN BESAZO ANKARA!!!

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    1. Creo que la situación que se produce es más interesante... ;)

      Un cordial saludo.

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