En
el silencio ronco de la noche los pasos se oían desde la distancia con un
repiqueteo amenazador.
El
aire traía el eco que la suela de sus botas hacía al golpear contra el suelo.
Eran zancadas enérgicas, impetuosas.
Exigiendo el trozo de suelo que pisaban. El sonido se hizo cada vez más cercano.
Aproximaban un mal inevitable, incurable. Entonces supo que era él, y que se
dirigía a aquella habitación.
Un
escalofrío se apoderó de su angustia.
La
espera había terminado.
De
pie, en mitad de la estancia, miraba expectante hacia la puerta. Preparándose
para él. Pero muy lejos de ser la abnegada Penélope que Ulises esperaría, lo
único que había tejido Agnieszka en esos aciagos días de ausencia era un largo manto
de miedo y recelo que no había podido deshacer y que le resbalaba por el
cuerpo.
Los
pasos cesaron. La puerta se abrió con las acertadas vueltas de la llave en la
cerradura, y de las sombras del otro lado emergió la aviesa silueta de él.
Regio.
Imponente. Turbador.
La
peculiaridad de sus rasgos parecía haberse acentuado durante esos días en que
Agnieszka no lo había visto. Vestido elegantemente de negro, la oscuridad mate
de sus ojos había adquirido un destello endiablado que subrayaba su profundidad
en contraste con la palidez de la piel. Recordaba su oscuridad pero no el
vértigo que la provocaban. La perturbaban sin perdón al qué encomendarse. Hipnotizaban
como los de una serpiente. Singular belleza que comenzaba a arrebatarle el
sentido.
Cerró
la puerta tras de sí.
Agnieszka
tembló al comprobar que aquella acción significaba quedarse a solas con él.
La
extraña mirada de aquel hombre inspeccionaba en dirección descendente y con
detalle -de arriba abajo- la frágil figura de ella. Atendiendo a cada curva, a
cada línea que daba forma a su estrecho cuerpo. Cada concavidad, cada
convexidad era sutilmente inspeccionada bajo el ojo más censor; el suyo. Sus
pupilas no pasaron por alto lo harapiento de su vestimenta. Un vestido roído que
ni tan siquiera ocultaba los tobillos, dejaba ver sus pies descalzos. Hermosos.
Tenía una larga melena desaliñada de principio a fin (una desvergüenza para la rectitud
monacal de la época), que enmarcaba unos rasgos de gata salvaje que no pasaban
inadvertidos.
A
pesar de su descuidada imagen de fierecilla por domar se veía extraordinaria. Exquisita.
La
hubiera hecho suya allí mismo. Sin contemplaciones en las que reparar o atender.
La hubiera sumido en la oscuridad perversa de su mundo. La hubiera arrancado lo
poco que le quedaba de su vestido aún sin roer, y la hubiera hecho repetir su
nombre suplicándole placeres mundanos mientras tomaba su cuerpo contra la
pared.
La
hubiera escandalizado. Pervertido, simplemente.
Sin
embargo, tenía que esperar a concederse tal capricho.
Le
gustaba jugar. Disfrutaba con el camino tanto o más que lo hacía con la llegada
a la meta.
Una
apetitosa comida no se debe empezar nunca por el postre.
-¿No vas a saludarme?- la preguntó
con sospechosa calma.
Agnieszka
ignoraba si aquella interrogación había sonado a saludo o a amenaza, y mantuvo
silencio durante unos instantes que se prolongaron más de lo que deberían.
-No debes dejar ninguna pregunta de
las que te haga sin respuesta, Agnieszka. No es aconsejable hacerlo.
Su
tono de voz tañía tranquilo y ritualista.
-Pero tendré paciencia contigo.-
señaló.-Necesitas darte un baño.- dijo cambiando de tema.
Avanzó
metódico hacia ella, que retrocedió un par de pasos cuando le vio aproximarse.
-¿Quieres darte un baño?
Ella
nada más le miraba.
-¿Qué te acabo de decir sobre dejar
mis preguntas sin responder?- la repitió.
-Sí, quiero darme un baño.- contestó
finalmente irritada.
-Esas no son maneras. Tal vez si me
lo pides con buenos modales en lugar de exigirlo podría pensármelo.- dijo con
una incipiente burla en la boca.
Agnieszka
permaneció inmóvil, paralizada. Precisamente Él hablaba de buenos de modales.
Apretó
los labios.
-¿Podría darme un baño… por favor?
-Te falta algo muy importante en esa
petición si quieres que sea considerada.
Lo
miró confusa, pero sabía que era lo que solicitaba.
Respiró
profundamente.
-¿Podría darme un baño… por favor,
Señor?
-Eso está mejor. Mucho mejor. No me
equivocaba. Sabía que podías ser razonable con la persuasión adecuada.
Ella
tragó en seco y esperó unos instantes.
-¿Y bien?- preguntó.
-Tendrás tu baño… Te concederé tu
deseo, y tu apremiante necesidad.- dijo, observando de nuevo los andrajos que
envolvían su cuerpo.
Ella
se miró la ropa, abochornada.
Aquel
hombre se marchó, cerrando nuevamente la puerta con llave.
Habría
de pasar más de una hora hasta que regresara con una enorme tinaja redonda. El
agua estaba preparada, y como agregado, traía consigo un vestido en tonos
esmeralda. Lo apoyó sobre la cama
permitiendo apreciar su elegante elaboración. Agnieszka no pudo evitar mirarlo,
y después la fue imposible dejar de admirarlo.
Era
absolutamente precioso.
Tenía
una larga falda de vuelo con un enorme cancán que ensalzaba aún más su refinada
confección en raso. El corsé era extremadamente ceñido, se mantenía en perfecta
rigidez gracias -y debido- a los duros huesos de ballena y alambres de acero que
lo configuraban con excelente puntada. Se sospechaba un estilo burlesque en él,
ornamentado -igual que la falda- con estilosas flores de color negro que
recorrían la tela en sutiles vetas.
Ella
sólo había visto este tipo de vestidos entre las mujeres de bien de las clases altas
de la sociedad. En la flor y nata de las casas. En lo escogido de las raleas, no en las hampas de los
clanes.
Típico
del sur esclavista de los Estados Unidos.
Entre
la maldición de los pobres se encontraba la de no alcanzar nunca a comprar uno
de ellos. Cuestión de clase, que no de falta de ella.
Le
agradeció el detalle en silencio.
-Después del baño te lo pondrás para
mí.- aseveró él cuando observó que ella no dejaba de mirarlo.
Agnieszka
esperó paciente a que aquel hombre saliera de la habitación, sin embargo, no
tenía intenciones de marcharse. Con una imperturbabilidad de galardón se sentó
cómodamente en uno de los sillones victorianos que poseía la estancia, frente a
la tina de agua, y se recostó contra el respaldo.
Una
pierna sobre la otra. Aplomo. Indolencia.
Impavidez.
Insolente.
-¿No va a salir?- preguntó
Agnieszka.
-No.- respondió él con descaro.
-Salga de aquí mientras me baño, por
favor. Sólo tardaré unos minutos.
Él
meneó lentamente la cabeza, blandiendo una sonrisa entre descocada y
enloquecedora.
-No me bañaré entonces.
-Sí lo harás, y yo veré como lo
haces.- dijo él con satisfacción perversa.
-No voy a bañarme en su presencia.
-Eres demasiado obstinada,
Agnieszka. Tu tozudez te va a traer problemas. Aunque no es una cualidad que me
preocupe en exceso. Ya me encargaré en otro momento de bajarte a mi manera esos
humos que gastas.
Ella
frunció el ceño.
-Ahora… por favor.- enfatizó su petición
levantando las manos.- Báñate en la tinaja, o te bañaré yo a la fuerza.
Ella
lo miró vacilante.
-Le encanta humillarme, ¿verdad?
-Sí,
debo admitir que sí. ¡Vamos!
Continuará...
NO ME DIGAS QUE ACABARAN LOS DOS BAÑADOS??? JEJEJEJE...
ResponderEliminarME PARECE UNA HISTORIA MUY ENTRETENIDA, CADA DÍA ME GUSTA MAS.
UN BESAZO ANKARA!!!
Creo que la situación que se produce es más interesante... ;)
EliminarUn cordial saludo.