Agnieszka
suspiró azorada y se giró, dándole la espalda.
Aunque
sólo fuera por los insignificantes segmentos fraccionados de unos cuantos segundos,
deseaba perder de vista -velar la imagen en su mente- de aquellos inquietantes
ojos que conseguían suspender cada uno de los impulsos eléctricos que ordenaba su
cerebro, paralizando los músculos,
logrando detener el ritmo de su respiración en un único resuello ronco. Armónico
combinado de inquietud y miedo.
Comenzó
a desabrocharse el corpiño, desgastado por la pobreza, carcomido por otras
necesidades más importantes a suplir; el hambre. Las manos volvían a temblarle,
parecía que el latido del corazón hubiera descendido hasta las yemas de sus
dedos. Palpitaban pávidas. Muy a duras penas atinaba a soltarse los diminutos corchetes,
colocados linealmente en una cantidad que se le antojó insuficiente, aunque el
número superaba la treintena. No quería alcanzar a desasir el último de ellos
por las consecuencias; vergüenza, pudor, temor, provocación. Dilató la tarea, y
prorrogó el instante para evadir el indecoroso momento.
Faena
absurda, como lo serían tantas otras que se le pasaron por la cabeza.
Tenía
ganas de gritar, acaso de arañarle, de salir corriendo, pero no sería muy lejos
el lugar donde llegase, sus pies estaban desnudos, y las fuerzas la habían
mermado por la falta de ingesta de alimento en esos días de tortuosa clausura.
La
impotencia la consumía en el interior de aquella situación.
Aquellas
circunstancias la malgastaban…
Pensó
-con un alivio fugaz- que no tenía por qué quedarse completamente desnuda ante
él, no tenía por qué quitarse toda la ropa. Permanecería con la camiseta
interior y la enagua.
Aún
de espaldas a la intimidación que le provocaba el atrevimiento desmedido de
aquel hombre, se introdujo en la tinaja.
Ahogó
un grito en la garganta cuando la mano de él la asió con rudeza por el brazo,
levantándola en vilo apenas sin manifestar esfuerzo. Parte del agua de la
tinaja se vertió fuera por la fuerza del envite. La tensión que se generó en el
brazo de él tensó la fina tela de su camisa negra. La violencia que le infligió
a la acción la sobrecogió el corazón. La impresionó. La emocionó. Volvió la cabeza
para quejarse, le arrancaría los ojos, le abofetearía nuevamente, pero su boca
deshizo las palabras entre la pastosidad de la lengua al percibir la severa mirada
que la dispensaba él.
Agnieszka
se estremeció ante sus turbulentos ojos.
Antes
de que pudiera darse cuenta, antes siquiera de poder detenerlo, de contener su
intención, con suma destreza en los dedos, le había quitado la camiseta
interior. Avergonzada, se cubrió rápidamente los pechos, impasse que él
aprovechó para arrancarla de un tirón la apolillada enagua que se encargaba de
cubrir sus muslos. Agnieszka sintió un rápido calor asentarse en sus mejillas.
Ascendía por su rostro como una pequeña marea incandescente.
La
piel le ardía. Era la primera vez en su vida que aquel hombre (un hombre) la
veía desnuda.
Estaba
completamente ruborizada cuando aquella Bestia terminó de desvestirla.
Jamás
había sentido tanta vergüenza.
Le
faltaban manos para taparse, y descubrió -para sorpresa suya- que ganas para
salir huyendo.
Él
dejó caer la enagua mojada en el suelo.
-Báñate como es debido. Sin trampas.-
sentenció rotundo.
Con
un nuevo envite la sumergió en la tibieza del agua hasta que la cubrió casi por
completo. Le rilaban las piernas. El corazón le procuraba pequeños pellizcos
que ahogaban los reproches que se la ocurría hacerle; Él no tenía derecho… no
debía… El brazo la dolía del brutal tirón.
El
rictus de él se mantenía mediante una línea grave en su rostro, afectado por la
dureza que había utilizado en el momento, mientras ella se masajeaba suavemente
el brazo.
Agnieszka
tomó en las manos el jabón y la esponja, y se aseó el cuerpo entre la afluencia
de lágrimas que comenzaban a cubrir su
rostro con una hermosa pátina brillante con sabor salado.
Anacoreta
de su angustia.
Parco
en empatía.
Ante
la mirada disciplinante de él, lo único que podía hacer, -y que realmente la
apetecía- era llorar.
En
instantes intercalados, interludios de expectación, Agnieszka le lanzaba
miradas furtivas con los ojos acuosos y henchidos de un rubor incapaz de
desterrar a otras tierras, a otros ojos. Durante todo el tiempo que la observó,
en la palidez anémica del rostro de aquel hombre había una expresión
indescifrable. Una amalgama de líneas en clave que ella no pudo interpretar.
Miró
hacia el lugar donde estaba apoyado el paño con el que secarse.
Demasiado
lejos para alcanzarlo.
Él,
intuyendo su intención, advirtió con presteza astuta la oportunidad, se
levantó, impasible, sereno… Era tan presuntuoso.
Nada
parecía interrumpir su frialdad. Arañarla aunque sólo fuera.
Cogió
el paño, lo estiró por delante de él, y lo sujetó por ambas puntas, esperando a
que Agnieszka saliera de la tina, y fuera en su busca.
-Acércate.- le solicitó él al ver
que dudaba.
-Por favor… - sollozó ella.
-Agnieszka, acércate.- volvió a
demandarla tajante.
Al
tono imperativo de su voz salió de la tinaja con cuidado. Difícilmente podía
concederle firmeza a sus pasos. La costaba andar. La costaba sostenerse,
simplemente. El suelo parecía balancearse bajo la planta desabrigada de sus
pies. La amedrentaba el exhibicionismo gratuito e ingrato al que ese hombre la
sometía sin más justificación que un mercantilismo de su pudor.
Le
gustaba mercadear con las sensaciones, -sobre todo, con las suyas-. Comercializar
los efectos de sus antojos.
Disfrutaba
con ello.
Agnieszka
no lograba adivinar lo que podía estar pasando por su cabeza mientras ella andaba
la senda imaginaría que la acercaba hasta donde él la esperaba. En su avance, los
ojos de aquel inquietante hombre recorrieron toda la bella expuesta de ella. El
Nacimiento de una Diosa del Amor, de carne y hueso, -para un uso mundano,
terrenal-, más hermosa que la Venus de Botticelli. Sopesaba quizá, si dar
continuidad al juego -y esperar- o al deseo -y poseerla bajo el instinto
salvaje de un animal; el suyo-. Cuando le alcanzó, intuitivamente se puso de
espaldas a él, y esperó, en un punto inconcreto entre la desconfiada y la
expectación, la siguiente acción de él.
La
envolvió lentamente con el enorme paño, cubriendo cada centímetro de su
sonrojada desnudez con la delicada tela, y secó la humedad que amparaba su piel
con sumo cuidado, con máximo esmero en cada fricción, en cada roce, demorándose
más tiempo del estricto, del necesario.
Por
simple capricho la hizo girarse para verla el rostro. Para admirarlo en
silencio. Para ilustrar su tono carmesí de nuevo.
Había
decidido esperar.
Cuando
Agnieszka levantó la cara, ese hombre de mirada imperturbable tenía la negrura
de las pupilas clavadas con fijeza en ella, traspasándola, desnudando su alma, y
su expresión había dejado de ser indescifrable. Incorruptible a ella.
Insobornable a su desnudez. Sus ojos estaban inflamados de un deseo licencioso,
de una avaricia carnal que sonrojaba más aún si cabía a Agnieszka, que tan
cerca como estaba de él, había creído reconocer una mirada ardiente, férvida, -calor
al borde del estado febril- y lo que veía en esos ojos zainos no era, ni mucho
menos en esos momentos, indiferencia.
Continuará...
ES UN POCO RUDO CON ELLA,,, Y JUEGA CON ELLA COMO EL GATO QUE JUEGA CON EL RATÓN ANTES DE DEVORARLO.
ResponderEliminarUN BESAZO ANKARA!!!
Sí, como un gato que juega con su comida... ¿Seguimos?
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